Etimológicamente significa ”que habla bien”. Viene de la lengua griega.
Este joven luchador incansable nació en Córdoba (España) allá por el año 800 en el seno de una familia que, a pesar de tantas luchas contra los musulmanes, dueños y señores de la ciudad, supieron mantener su fe en el Señor a costa de muchos sacrificios.
Desde su infancia, su buen abuelo, le enseñaba cosas que irían forjando su recia personalidad. Por ejemplo, cuando daba el reloj las horas, le decía:"Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme".
Su buen maestro Esperaindeo le enseñó las artes y la ciencias. Y toda la juventud de Eulogio la recoge su biógrafo en estas palabras sintéticas: "Era piadoso y muy mortificado. Sobresalía en todas las ciencias, pero especialmente en el conocimiento de la Biblia. Era amable, simpático, humilde, respetuoso y atento con los enfermos en los hospitales y centros religiosos. Era un buen consejero para todos, incluso para los superiores de los conventos de España".
Ordenado de sacerdote, se dedicó en cuerpo y alma a predicar la Palabra de Dios, a leer muchos libros de autores de la solvencia y categoría de san Agustín. Su prestigio era tan grande que los curas de la ciudad lo buscaban para consultas y para aumentar su propia formación.
Pero en el año 850 vino lo malo. El señor Califa desató una persecución contra los sencillos cristianos. La razón para matarlos no era otra que adoraban a Jesucristo y no a Mahoma. Eulogio, al frente de un grupo valiente de seguidores de Cristo, recogió muchos testimonios de mártires, recopilados en su libro “Memorial de mártires”. Enterada la policía gubernamental de lo que hacía este buen sacerdote, lo envió a la prisión. Durante su encarcelamiento los musulmanes habían destruido los templos. Lo pusieron en libertad con la condición de que fuera de una parte para otra.
Lo quisieron hacer arzobispo de Toledo, pero no aceptó. Prefirió ayudar a chicos y chicas, niños y ancianos de Córdoba, en donde encontró el martirio por Cristo.